Cuando los políticos electos toman posesión del cargo por el cual fueron elegidos por la Voluntad Popular, llegan con un conjunto de sueños y propuestas más o menos elaboradas. Algunos con ideas, otros con los proyectos de ley y de decreto en el maletín. Como sea, se basan en la citada Voluntad Popular y en sus asesores, ya sean técnicos o militantes, ambos valiosos.
Recorren las oficinas; saludan a
los empleados; tratan (o no) de memorizar sus nombres. Comienzan las primeras
medidas: empiezan a ejercer el poder.
Debido a la desaparición del rol
de la militancia política como articuladora entre las demandas de las bases
populares y las jerarquías políticas y del camino inverso: de las directrices
de conducción política a estas bases, las gestiones públicas se nutren de la
información brindada por los equipos de comunicación política, encuestas y
estudios de opinión.
Sin embargo, los grandes
olvidados de las gestiones públicas son empleados públicos, sean estos de
cuello blanco o marrón, quienes ven pasar nombres y personas cada 4 u 8 años. Pero…
ellos siguen ahí, contemplando, analizando, recolectando información que
normalmente no se utiliza para nada ya que en general no son escuchados y
cuando son llamados a la oficina del funcionario normalmente es para solicitarles
lealtad, subordinación o para reprenderlos.
Las burocracias municipales,
provinciales o nacionales guardan la riqueza del conocimiento y la experiencia:
Conocen los problemas del ciudadano, del área o de los procesos cotidianos. Por
ello también tienen una idea aproximada de las soluciones. En ese caso, el rol
del funcionario es interpretar las demandas, llegar al diagnóstico preciso de
los problemas y formular soluciones con base en la realidad y no desde su
imaginación.
Siendo reduccionista, dicho
abandono a las burocracias estatales radica en la perniciosa idea de mercado de
los años setenta: “El cliente siempre tiene la razón”. Y es perniciosa ya que,
en base a dicha falacia, desprestigiamos a quien tiene nos genera plusvalía, en
caso de una empresa, o a quien nos gestiona las políticas públicas, en el caso
de los tres niveles del Estado.
Con tal de “quedar bien”, hordas
de políticos mediocres son capaces de “ningunear”, menospreciar o incluso,
castigar con sumarios, traslados o descalificaciones a sus propios empleados
que son, si quieren, quienes pueden elevarlos o derribarlos en la gestión
pública.
Funcionarios que sobrepasan las
competencias y atribuciones de empleados que, con tal de brindar respuestas
satisfactorias a usuarios y beneficiarios, llegan a incurrir en incumplimiento
a su deber de funcionario público, despilfarro de fondos públicos, desprestigio
ante los empleados y generación de enemigos, abriendo un nuevo frente,
innecesariamente.
Como consultor político siempre
insto a los funcionarios a escuchar a la burocracia, a los empleados de cuello
blanco o marrón. Ser tenido en cuenta brinda una sensación de justicia,
valoración y satisfacción. Sumarlos al proceso de transformación es
fundamental. El político debe decidir si dirige su energía a transformar la
realidad o si quiere generar nuevos enemigos, con el agravante de ser estos
internos.
*
* *